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Pánico en el Pozo: el lunes que el crudo tocó fondo

Por: Miriam Grunstein

 
28 de Abril del 2020

Publicado en Animal Político.

Aún hay quienes repiten la máxima de Rockefeller, palabras más palabras menos: “El mejor negocio del mundo es el petrolero bien administrado, mientras que el segundo mejor negocio es el petrolero mal administrado.” La narrativa de este recurso natural dicta que este principio probablemente era cierto cuando John D. tenía el monopolio de esta industria, desde el siglo antepasado, hasta los inicios del siglo XX. Esta premisa podría ser viable en el supuesto de que un monopolio, por el simple hecho de serlo, será un buen negocio sea quien fuere su administrador y sean cuales fueren sus prácticas.

El CV de Pemex, y de la industria en general, confirman lo contrario. Cuando en México casi por azar brotó Cantarell, y los precios del barril estaban altos, y José López portillo dijo otra frase inolvidable, al menos para muchos mexicanos, el crudo prometía ser un muy buen negocio para Pemex y el país. Esa frase, que ahora repetimos con sarcasmo de que a México (o a él mismo) tocaba ahora “administrar la abundancia.” Ese dicho es aún más tragicómico leído a la luz de la frase de Rockefeller. Mientras el entonces presidente endeudaba el país a manos llenas, y contrataba obra pública invertebrada y gaseosa, omitió considerar un detalle: los mercados petroleros son más que volátiles; son, han sido y serán, incontrolablemente bipolares. Y, como el hoy aterrante SRAS-CoV-2, no se ha hallado cura ni tratamiento científico para su potencial destructivo. En 1980, por una baja en la demanda, el precio del crudo dio un bajón que esfumó las ilusiones de JLP de administrar la abundancia. Desde su tumba, tal vez John D. Rockefeller hubiera pensado: “el segundo mejor negocio del mundo es el petrolero, mal administrado, cuando dicho administrador, si bien no es un gran conocedor de este mercado, al menos no es un inepto.”

La historia y la fantasía son gratos distractores, pero debemos, de una vez, mirar al diablo a los ojos: la caída abismal del crudo estadounidense WTI, del maníaco lunes 20 de abril, comprobó que este mercado (en el que se suman cárteles y liberales) está a la merced de muchos puntos de desequilibrio. El más próximo es la crisis sanitaria global, derivada del consumo de un infeliz murciélago infectado, o al menos eso se cree. Casualmente, este triste bicho fue degustado en China la cual es nada más y nada menos que el segundo mayor de consumidor de crudo, justo después de los Estados Unidos, quienes ya se jactan de ser los mayores productores con 13 millones de barriles diarios los cuales, dadas las circunstancias de nuestra desdichada y amenazada especie no hallan cómo consumir, ni almacenar, ni vender.

Un gran superávit de petróleo es aún más atroz cuando el liderazgo de este mundo nuestro es impresentable. Un altercado reciente, entre Putin y Bin Abdulazis, hizo que este último amenazara con un aumento de entre 2.5 y 1 millón de barriles diarios, lo que sumió los precios de referencia globales del crudo en un promedio del 30%.  ¿Por qué a la persona de a pie debería preocuparle una baja de esta índole?  Principalmente, porque en el caso de los países exportadores, los ingresos petroleros financian un sinnúmero de rubros en el gasto público. Eso lo debería saber Putin, cuya economía depende significativamente de la industria hidrocarburífera. Pero, en una rencilla de poder entre Hombres de Estado, lo que menos importa somos los que hoy estamos en casa, asomados por la ventana, desde donde divisamos un futuro palmariamente incierto.

Más aún, si los simples mortales ya habíamos quedado entre el fuego cruzado de los rusos y los árabes, como nunca México protagonizó en hacer el oso mundial (que no el ruso) en la reunión llamada OPEP plus, por reunir a países miembros de esta última y otros igualmente poderosos, pero también mucho menos. Y resulta, pues, que México fue el ratón que rugió al acordarse una reducción del 23 % de la producción de cada país convocado. Como si se tratara de la tribuna en San Lázaro, la secretaria Nahle se obstinó en que México, de los 450 mil barriles que le correspondían, solo podía asumir una reducción de 100 mil barriles diarios, que es (más o menos) nuestra taza de declinación esperada. Así que, mientras que otros tendrían que cerrar pozos y cancelar proyectos, nuestra tierra cumpliría sin siquiera meter las manitas. Después de 5 horas de topes contra el micrófono, la secretaria abandonó la reunión sin despedirse. Tanto en la forma como en el fondo, nos depreciamos bajo cero ante la liga mayor de los productores. En México, sus correligionarios la felicitaron por su defensa de la soberanía petrolera. Tan soberanos que, cuando Trump ofreció asumir 300 mil barriles de nuestra cuota, nos postramos ante él como los devotos de Alá en Ramadán. Al final, se llegó a un acuerdo y México logró triunfar en su miseria. Más le costaba al grupo seguir en el regateo que acceder a las pataletas de un productor menor.

Esta recuento –y reflexión a la vez—termina con el lunes más bipolar en la historia del petróleo. El 21 de abril, a la víspera que se vencieran los contratos de futuros del mes de mayo, el precio del barril se hundió al centro de la tierra. Simplemente, en vista de la caída de la demanda, los traders no quisieron celebrar contratos para dicho mes a falta de un mercado viable. Ese lunes maníaco el barril WTI, del sur de Texas, bajó casi $56 US en un solo día. Si en lugar de llorar preferimos cantar canciones monas, entonemos juntos “it’s just another manic Monday.” (Bangles, 1986)

Pero no será un solo día bipolar. Hoy es conveniente ajustarse bien los cinturones porque habrá muchas subidas, bajadas, vueltas múltiples y giros vertiginosos en la montañas rusas, saudíes, kuwaitíes y de otras latitudes. Si el viaje se vuelve insoportable, tal vez deberíamos bajarnos a reflexionar si la estabilidad mundial debe permanecer asida a un recurso natural tan volátil cuyo valor depende del consumo intensivo de un puñado de países.

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