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Dos efectos: 4T y COVID-19

Por: Arturo Damm Arnal (@ArturoDammArnal)

 
04 de Agosto del 2020

Publicado en Animal Político.

I.

En términos anuales (comparando cada trimestre con el mismo trimestre del año anterior), y según la estimación oportuna (la cifra definitiva la conoceremos el 26 de agosto), durante el segundo trimestre del año el Producto Interno Bruto (PIB, la producción de bienes y servicios para el consumo final, variable con la que se mide el crecimiento de la economía) decreció 18.9 por ciento, la mayor caída de la que se tiene registro, con el siguiente comportamiento por tipo de actividad: menos 0.3 las actividades primarias (agricultura, ganadería, silvicultura, pesca, caza, aprovechamiento forestal), que aportan el 3.7 por ciento del PIB; menos 26.0 las secundarias (industria manufacturera), que aportan el 31.6 por ciento del PIB; menos 15.6 las terciaras (los servicios), que aportan el 64.7 por ciento del PIB.

II.

La economía suma ya cinco trimestres consecutivos de decrecimiento de: i) segundo de 2019, menos 1.1 por ciento; ii) tercero de 2019, menos 0.4; iii) cuarto de 2019, menos 0.7; iv) primero de 2020, menos 1.4; v) segundo de 2020, menos 18.9.

Del segundo trimestre de 2019 al primero de 2020, durante los cuatro primeros trimestres de recesión, tuvimos lo que podemos llamar el Efecto 4T. Durante el segundo trimestre de 2020 tuvimos el Efecto 4T combinado con lo que podemos calificar como el Efecto COVID-19, combinación que potenció las presiones recesivas sobre la economía (la contracción en el segundo trimestre fue del 18.9 por ciento, mayor a la contracción promedio de los cuatro trimestres anteriores, 0.9 por ciento), con el resultado negativo sobre el empleo, el ingreso, la compra de bienes y servicios, su consumo y el bienestar de las familias.

III.

El Efecto 4T consiste en la desconfianza que la administración de AMLO ha generado entre los empresarios, misma que se ha traducido en una importante caída en las inversiones directas que: i) producen bienes y servicios, con los cuales satisfacemos nuestras necesidades, variable con la que se mide el crecimiento de la economía; ii) crean empleos: para producir alguien tiene que trabajar; iii) generan ingresos: a quien trabaja se le paga. Todo esto –producción, empleo e ingreso– depende de las inversiones directas. Por eso son tan importantes.

La caída en las inversiones directas, medida por el comportamiento de la inversión fija bruta en instalaciones, maquinaria y equipo, ha sido considerable. En abril (último mes para el que tenemos información), en términos anuales, se contrajo 37.1 por ciento, consecuencia del aumento en la desconfianza de los empresarios. En octubre de 2018, antes de la cancelación de la construcción del NAICM en Texcoco, con la que apareció el Efecto 4T, el índice de confianza empresarial del INEGI se ubicó en 52.3 unidades. En junio pasado había bajado a 37.5 puntos, más cerca del 0 que del 100 (100 puntos es confianza total, 0 puntos total desconfianza).

Efecto 4T: i) pésimas decisiones económicas del gobierno;(ii) mayor desconfianza empresarial; iii) menos inversiones directas; iv) menor producción de bienes y servicios; v) decrecimiento de la economía: 1.1, 0.4, 0.7 y 1.4 del segundo trimestre de 2019 al primero de 2020. Y así, con las consecuencias del Efecto 4T afectando a la economía, apareció el Efecto COVID-19, sumándose al anterior, ocasionando la peor recesión de la que se tenga registro.

IV.

Al Efecto COVID-19, que potenció las presiones recesivas sobre la economía, podemos dividirlo en cuatro momentos: i) la decisión de mucha gente de aislarse para minimizar la probabilidad del contagio, lo cual se tradujo en una reducción en la demanda por bienes y servicios, que se tradujo a su vez en una menor producción de los mismos (primera presión recesiva, consecuencia del Efecto COVID-19); ii) la decisión del gobierno de cerrar parcialmente la economía, dividiendo las actividades económicas en esenciales, permitidas, y no esenciales, prohibidas (segunda presión recesiva, consecuencia del Efecto COVID-19); iii) la decisión del gobierno de no poner en práctica una política fiscal anticíclica, con el fin de mantener puestos de trabajo y preservar fuentes de ingreso (tercera presión recesiva, consecuencia del Efecto COVID-19); iv) una reapertura de la economía que no se está dando, al mismo tiempo, en todo el país; que no está teniendo lugar, al mismo tiempo, en todos los sectores de la actividad económica; que no se está llevando a cabo, al cien por ciento, en todas las actividades económicas, reapertura parcial en el espacio, el tiempo y el potencial de producción y oferta, que ocasiona cuellos de botella y limita la capacidad de mejora (cuarta presión recesiva, consecuencia del Efecto COVID-19).

V.

Del 18.9 por ciento de contracción económica durante el segundo trimestre del año, ¿cuánto se debió al Efecto 4T (desconfianza empresarial) y cuánto al Efecto COVID-19 (cierre parcial de la economía y ausencia de una política fiscal anticíclica)? Difícil saberlo, pero preguntémonos qué hubiera pasado si el gobierno no hubiera cerrado parcialmente la economía (algo que no debió hacer) y si hubiera puesto en práctica una política fiscal anticíclica (algo que sí debió hacer). Hubiera habido contracción, pero menor.

El problema es que, superado el Efecto COVID-19, el Efecto 4T seguirá allí, generando desconfianza entre los empresarios, quienes seguirán invirtiendo directamente menos, lo cual ocasionará crecimiento negativo o bajo crecimiento positivo, con las consecuencias negativas sobre la creación de empleos, la generación de ingresos, la compra de bienes y servicios, el consumo de satisfactores y el bienestar de las familias, a cuyo nivel debe calificarse el desempeño de una economía.

Desafortunadamente, después del COVID-19, la 4T seguirá allí.

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