Opinión
Existen debates extensos a nivel global sobre el fenómeno inflacionario que estamos experimentando a raíz de la pandemia y sus secuelas. En México, a diferencia de lo que ocurrió en muchos mercados emergentes, pese a que las tasas de inflación se moderaron en algunos rubros durante 2020, no se observó una reducción generalizada de la inflación al consumidor, como sí ocurrió en otros mercados emergentes. Entre las preocupaciones asociadas a la dinámica de precios que estamos viendo en nuestro país se encuentra la naturaleza del choque y su duración, puesto que se ha discutido si se trata de un fenómeno más dominado por efectos de oferta o demanda, y si sus secuelas serán más transitorias o permanentes. Lo anterior es fundamental para entender el papel que debe jugar la política monetaria en este contexto, pues frente al proceso de normalización monetaria que se espera en economías avanzadas como Estados Unidos, el espacio para mantener una postura acomodaticia será más estrecho. De ahí que se sugiera que más que pensar en si los choques a la inflación son permanentes o transitorios, se deba analizar si la multiplicidad de éstos, aún en el caso en que sean transitorios, nos acerca más a un escenario de incremento sostenido en el nivel general de precios, como hemos visto durante 2021. En ese sentido, el escenario que más nos debe preocupar es una trayectoria creciente en el componente subyacente de la inflación (mercancías y servicios) dominado por efectos de oferta, pues esto reduciría el margen de maniobra de la política monetaria para hacer que la inflación converja a su meta de 3%. Este punto es crítico, ya que frente a la necesidad de administrar el ritmo de normalización monetaria, que será ineludible si los bancos centrales de economías avanzadas comienzan a incrementar sus tasas, una postura más restrictiva de parte del Banco de México podría contribuir a que la recuperación en los próximos años sea menos dinámica, a fin de garantizar que la inflación se mantenga relativamente ordenada.