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La “contrareforma” petrolera de AMLO: el porvenir de los recuerdos

Por : Miriam Grunstein 

 
08 de Septiembre del 2020

Publicado en Animal Político.

En su sentido etimológico, memorándum significa lo que hay que recordar. En su sentido práctico, es un documento de lo que debe hacerse. El memorándum emitido por el presidente hace unas semanas, sucedido por una agenda legislativa y también el anuncio de que habrá una contrareforma energética, se siente como un presagio pero también un recuerdo. Este sector tiene una estructura en espiral que, en un nivel parece moverse para adelante, mientras que en otro retrocede. Así, el sector energético es como el ave fénix con el detalle de que no muere y luego renace como éste, sino que nace y muere simultáneamente, como nadie y como nada.

Esto que suena a un delirio opiáceo, no lo es en absoluto. En el curso de la reforma de 2013, mientras que ciertas actividades brotaban nuevos capullos (¡gasolineras de lindos colores!), en otras se observaban miembros necróticos. De estar en su juicio, ni el defensor más entusiasta de las reformas y acciones del sexenio de Peña Nieto podría negar que, durante esos años, podrá explicarnos qué era lo que ese gobierno pretendía hacer con Pemex o de Pemex. Esto es, hay un desbalance muy notorio entre la parte muy positiva de introducción de competencia y el lado oscuro en el que se desvalijó el futuro del activo público más importante de México.

Del nombramiento de Emilio Lozoya como su flamante CEO, ya ni hablemos. El por qué y el cómo de la ocupación de ese cargo por parte de ese personaje escapa todo proceso racional. Si iban a poner a un delincuente al frente de Pemex, al menos hubieran puesto a uno con experiencia en el negocio petrolero. ¡Y en México, de que los hay, los hay!

Fuera de eso, hubo omisiones importantes que ahora, aunque hubiera la voluntad política de llevarse a cabo, no funcionarían. Por ejemplo, que por fin Pemex sea una empresa que cotice en la bolsa mexicana o en cualquier otra. Si hubiera una colocación de Pemex, sería interesante ver qué valientes se animarían a invertir su dinero en una empresa en quiebra técnica, cuya calificación crediticia está prolongadamente en la rayita de perder el grado de inversión. Recordemos que en mayo de este año ésta pidió una prórroga para presentar su informe al Securities Exchange Commission, con un comentario alarmante de KPMG, su auditor externo, que se pronunció escéptico en cuanto a la ínfima viabilidad de la irónicamente llamada “Empresa Productiva del Estado”. Cualquier inversionista sensato, al ofrecérsele invertir en Pemex, tendría en cambio que salir corriendo con las manos en alto.

Pero estas son fantasías, viables tal vez en el pasado. Hablemos del porvenir que se avista penumbroso. Ha afirmado el presidente que quiere devolverle a Pemex su grandeza a través de su involución a cuando era monopolio. ¿La grandeza de cuándo? Preguntamos humildemente porque cuesta trabajo encuadrar un instante concreto en el que Pemex fue pura grandeza. Grandes han sido sus logros como lastimosos sus fracasos. De nuevo, Pemex nace y muere a la vez. Es Ave de Altos Vuelos y Cenizas al mismo tiempo.

No hay reforma ni contrareforma que, por sí mismas, vayan a salvar a Pemex. El momento de la industria petrolera es tan duro que es posible el otrora activo público más valioso de México ya no tenga remedio y sea necesario desconectarlo del respirador y dejarlo morir con dignidad. Tal vez algunos de sus órganos sirvan para recrear otra cosa: público-privada, con una asamblea de accionistas legítima y un consejo de administración representativo de ésta. Para ello, sería necesario un cambio constitucional, legal y normativo finísimo pero, más que eso, un trabajo de rediseño y de construcción enormemente arduo y costoso. También, habría que preguntarnos si, en lugar de una empresa estrictamente petrolera, por riesgo de obsolescencia programada no es preferible invertir en una de energía. ExxonMobil, el gigante que marcaba la pauta de la industria, se ha resistido a tal grado a cambiar su paradigma, que tuvo que abandonar el índice Dow Jones cuando fue uno de sus miembros fundadores. Las energías alternativas le han ido comiendo el mandado. ¿Cómo no atender una señal así de poderosa? Si fuera lobo, ya nos hubiera mordido.

En fin, reformas van, contrareformas vienen, pero ninguna de ellas ha sido –ni será– hecha con el coraje y la voluntad para derruir mitos y enfrentar realidades. Ningún gobierno ha sacado la lupa y la cara para deconstruir (no destruir) a Pemex por contar chiles a la hora de pagar “el precio político.” En 2013 lo mismo les hubiera costado la transformación de Pemex en una empresa en serio. Y haga lo que haga Andrés Manuel con la Constitución y las leyes, la que escribe prevé que, más tarde o más temprano, el porvenir de Pemex yace en el baúl de los recuerdos.

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